Estudiantes de París en la Bastilla, 1º de mayo de 2009. Fotografía Archivo Suralidad.
Clemente Riedemann / Claudia Arellano
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La literatura y el arte regionales pueden intervenir en la escena de la chilenidad de maneras cada vez más sorprendentes e inesperadas, en la medida que trabajen para desmontar el imaginario de las identidades totalizantes pensadas desde el centro, develando, de paso, las identidades contenidas en las propias regiones.
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Hablamos de colonialismo interno para dar cuenta de la existencia de pueblos o comunidades, dentro del Estado nacional, económicamente explotados y culturalmente reprimidos. Lo anterior se ampararía en el “valor supremo” de la unidad nacional. Históricamente los estados nacionales han privilegiado la vinculación del poder político con una sola nación o etnia, a veces con una sola religión, negando la existencia de otras comunidades culturales en su territorio o promoviendo su rápida asimilación, independientemente que se trate de comunidades indígenas vernaculares o de aquellas conformadas por grupos de inmigrantes. La presencia de estas dos últimas es relevante en la regiones del sur austral de Chile y aportan sustantivamente en su diferenciación y, por tanto, a su identidad. Hasta ahora, el principal instrumento que sustenta este modo de sujeción y postergación de las regiones es el centralismo político y administrativo del Estado chileno.
No obstante, desde hace un par de décadas se ha venido instalando un modelo conceptual e interpretativo distinto que persigue liberar el imaginario de las comunidades regionales de la sujeción metropolitana, tanto nacional como extranjera. Se trata de la corriente post colonialista o decolonización, ideología que se plasma en la deconstrucción del colonialismo. Gayatri Spivak, una de sus precursoras, señala, “Los grupos de estudios subalternos surgidos en los años ochenta […] conceden sentido a la palabra tanto en el plano político como económico, esto es, para referirse al rango inferior, o dominado, en un conflicto social, para significar así de modo general a los excluidos de cualquier forma de orden y para analizar sus posibilidades como agentes”. (Spivak, Gayatri. 2003. ¿Puede hablar el subalterno?. Revista Colombiana de Antropología, Vol. 39)
Estas comunidades excluídas, entre las que se encuentran también las poblaciones regionales de Chile, reciben la denominación de colectividades identitarias y están conformadas por sujetos que manifiestan la necesidad de pensar su propia identidad, que comparten un discurso identitario común y que simbolizan los elementos de esa identificación. Ahora bien, los sujetos que conforman las colectividades identitarias del sur de Chile no pueden ser caracterizables por esencias auto contenidas, sino que, más bien, hay “identificaciones que se combinan y mezclan, en actos de relación” (García Canclini, Néstor. 1990. Culturas Híbridas. Estrategias para entrar y salir de la modernidad. Grijalbo, México).
Se entiende que las colectividades identitarias en ningún caso están aisladas, ni mucho menos mantienen fronteras de separación definidas, no son grupos formales, “…se habla bastante de la identidad mapuche, -esa es una parte fundamental- pero también hay otras vertientes que están presentes: la alemana, la española, la croata, la palestina, la italiana. Todo eso conforma la identidad. Al final somos todas esas cosas juntas“ (Eytel, Guido, 2008, en Suralidad, Antropología Poética del Sur de Chile, http://suralidad.blogspot.com). Por tanto, se trataría de grupos discursivos que se mezclan, se articulan, y se renuevan dentro de un “universo de reconocimiento” o “territorio retórico”, donde el lenguaje es primordial, pues “teje la trama de las costumbres, educa la mirada e informa el paisaje”, en tanto que una alteración en la comunicación retórica manifiesta el paso de una frontera, es decir, el reconocimiento de un otro diferente. (Augé, Marc. 2001. Los No Lugares. Espacios del anonimato. Ed. Gedisa. Barcelona.)
En estos espacios de reconocimiento, la poesía y el arte cumplen un rol clave en tanto acto de resistencia. Como señala Spivak, “las colectividades colonizadas están fracturadas por el subalterno” (Spivak, Gayatri. 2009. Muerte de una disciplina. Editorial Palinodia, Santiago de Chile) y contienen la posibilidad de sorprender lo histórico, en cuanto trasgresión textual que desestabiliza el discurso homogeneizador del centro político y administrativo. “Creo que la poesía del sur de Chile intentó elaborar discursos literarios y extra-literarios fuertemente críticos del canon promovido por las instituciones tradicionales (gubernamentales, académicas, editoriales y comunicacionales) emplazadas en el centro geográfico, político y administrativo de nuestro país, específicamente su capital, la ciudad de Santiago. Un canon que operaría, según sus detractores, con criterios hegemónicos y centralistas, y cuyo efecto más evidente sería la “ceguera” para identificar bienes simbólicos suficientemente representativos más allá de los límites geográficos y simbólicos del centro” (Torres, Antonia, 2008, en Suralidad, Antropología Poética del Sur de Chile, http://suralidad.blogspot.com)
A fin de cuentas, la intelectualidad metropolitana políticamente correcta pretende que las comunidades regionales sean identitarias en un sentido nacionalista o de clases, que es justamente lo que está haciendo el actual modelo educativo, rechazado ahora por una mayoría creciente que ha debido tomarse las calles para poner el tema en la agenda pública. Así pues, la literatura y el arte regionales pueden intervenir en la escena de la chilenidad de maneras cada vez más sorprendentes e inesperadas, en la medida que trabajen para desmontar el imaginario de las identidades totalizantes pensadas desde el centro, develando, de paso, las identidades contenidas en las propias regiones.
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(c) Clemente Riedemann / Claudia Arellano (2011)
(c) SURALIDAD, Antropología Poética del Sur de Chile