Construcción del concepto de identidad. Se trata de un concepto de gran complejidad, estudiado por diversas disciplinas. Pero si tengo que hablar de ello desde mi perspectiva de poeta y de autor vinculado a un territorio y también a una cultura determinada -en mi caso la matriz cultural mapuche-huilliche mestizada- creo que inevitablemente tengo que hablar de una memoria. La identidad tiene que ver con la memoria. Y esta memoria mía está arraigada a una genealogía inscrita en un paisaje determinado, en una serie de personajes que yo incorporo poéticamente en mi trabajo literario y con ello intento dar cuenta de esta identidad. Un sujeto poeta huilliche mestizo, una identidad dinámica que es también dialéctica. Que va mutando de acuerdo al contexto histórico, cultural, económico de la zona de la que yo provengo y a la cual yo canto en mi trabajo literario. El concepto de identidad está ligado a los elementos del paisaje, al ámbito humano, a un territorio en constante mutación. Pienso que el concepto ha sido usado abusivamente, pero en este caso creo que corresponde aplicarlo a esta matriz cultural sureña de la que yo vengo y que tiene estos elementos indígenas mestizos que interactúan con otros grupos humanos y que se instala en un presente a través de la condensación y extrapolación de los elementos del pasado;
La identidad mapuche-huilliche. Yo me crié en una población marginal de Osorno. En esa población la mayoría éramos indígenas huilliches. Gran parte de ese grupo estaba construida por desplazados, gente que venía del campo; tomaba un terreno,formaba su familia y generaba su vida ahí. Yo soy hijo de una toma de terreno y soy hijo de una situación cultural en que el huilliche como tal no existía. El huilliche urbano no existía. Nosotros siempre escuchábamos el concepto despectivo de “indio”. Nosotros éramos indios y el de más allá era indio. Y habían sujetos más indios que otros. Entonces vivíamos constantemente en una especie de espiral de elementos despectivos hacia nosotros mismos. Nos basureábamos unos a otros como sujetos indígenas, no sabíamos de nosotros, no teníamos una memoria instalada. Nuestros padres, de alguna manera, habían sido formateados en la sociedad osornina blanca y cada indio de la población quería ser un ciudadano osornino blanco. Esa situación cultural enfermiza sigue reproduciéndose, aún cuando en estos tiempos hay una apertura hacia lo indígena. Pero en Osorno es complicado porque la realidad de la población huilliche es muy dramática en muchos aspectos. Bueno, nosotros no sabíamos de nosotros. No sabíamos de nuestros orígenes inmediatos. Mi abuela era tal vez el único contacto, el único puente con una realidad cultural que desconocíamos. Mi abuela se llama Matilde Huenún, tiene 84 años. Ella salió con su madre de su comunidad de origen a muy temprana edad. A los cinco o seis años tuvieron que irse de ahí porque fueron expulsadas de su territorio, de manera violenta, con asesinatos de por medio. Salieron "como gitanos" -dice ella- y empezaron a instalarse en pequeños retazos de tierra que conseguían temporalmente. Finalmente ella fue puesta en la Misión de Quilacahuín. Estudió un año allí. A los 11 años empezó su vida como empleada doméstica. Pasó toda su vida en esa labor en casas alemanas o chilenas… Así que ella se formateó en esa rutina laboral hasta que se jubiló. Entonces empezó a aprender la lengua alemana y fue perdiendo lo poco de chesungún que sabía por parte de su madre y de sus tíos. Y nosotros nos empezamos a criar en este territorio de exilio. Fuimos desarrollando nuestra vida mestiza, como una familia india que no se reconocía como tal y que en definitiva fue configurando en nosotros la idea de que los indios prácticamente no existían. Nosotros éramos indígenas, pero no sabíamos que existíamos… Ni siquiera sabíamos que existían los indios de San Juan de la Costa. Para nosotros ésos eran campesinos que llegaban a la ciudad de Osorno a comprar o a vender. Ya instalado en el mundo académico de "la escuela chilena urbana" -como digo yo- empecé a tener intereses literarios, intereses políticos. Y poco a poco me fui enterando de quiénes éramos, de donde proveníamos. Empecé a escuchar con más atención a mis tíos del campo que eran todos huilliches. No sabíamos ni el significado de nuestros apellidos. Hasta que por mis intereses literarios empecé a indagar. Mi propia abuela tenía su historia, mis propios tíos tenían una historia que contar respecto a ese mundo antiguo, pero muy presente en la zona. Entonces empecé a entender que mis vecinos Nahuel también eran huilliches y que sus apellidos eran apellidos de importancia dentro de la cultura ancestral, al igual que los Llanquilef, los Huaiques, los Huaiquipán…Todos los vecinos que nos rodeaban pertenecían a una matriz cultural distinta, que habían perdido mucho en un proceso histórico dramático… Un proceso de pérdida territorial, de lengua, de elementos culturales y que se instalaron en la modernidad chilena, osornina, blanca, de una manera muy trágica. A partir de allí y desde una perspectiva más bien política -de izquierda en ese instante- empecé a buscar información en libros, en la oralidad, en la conversación. Empecé a entender esta violencia, la violencia de la población callampa osornina, la violencia del huilliche, el fratricidio. Me empecé a dar cuenta que el fratricidio era una cosa común en San Juan de la Costa, que los asesinatos eran brutales, que las peleas eran a hachazos y a palos. Y lo mismo sucedía en mi población: los huilliches se peleaban entre ellos de una manera descomunal. Empecé a entender de dónde venía esta violencia, de dónde venía este dolor que se manifestaba como violencia cotidiana. Y, obviamente, empecé a tomar partido por mi familia, por mi origen. Tomé partido por la voz de mi abuela que estaba absolutamente mestizada, colonizada. Empecé a entender los relatos de mis parientes del campo cuando decían “Nosotros hacíamos un Guillatún y era una tremenda fiesta”, “Nosotros íbamos en bote y llevábamos a mucha gente al Guillatún”. Pude comprender la parsimonia del indígena. Busqué en los sueños y en la palabra oral el sentido de nuestra propia existencia, el por qué estábamos ahí. Por qué veía ritos que no eran ritos propiamente tales: los Huaique, por ejemplo, hacían grandes comilonas; eran muy pobres y hacían todo ahí en una gran olla en el patio con mucha basura… Cocinaban cabezas de vacuno, intestinos, todo lo que podían recolectar. Y organizaban grandes fiestas que terminaban en peleas formidables. Empecé a entender por qué se daba todo esto, por qué todo aquello en lo que yo estaba inmerso era deplorable, marginal, era mal visto, era sucio… Pero entendí que tenía un origen. Eran réplicas de antiguos ceremoniales campesinos. Supe por qué los velorios eran tan concurridos: la gente hablaba mucho, pero no sólo del muerto, sino de todos sus asuntos como comunidad. Y yo me alimenté de todo eso y también de la narrativa, de la conversación de la gente que iba al bar donde yo desde niño atendía. Y ese bar estaba lleno de historias, de gente que tenía cada una su particular modo de ver la existencia. Un realismo sucio y mágico. Eso me marcó y de ahí en adelante empecé a asumir mi condición de mestizo. Era un indígena y debía tomar mis opciones. Mi madre hacía catutos, hacía muday, zopaipillas, recolectaba hongos y luego los vendía en la ciudad. Compraba en la feria cosas que entonces nos parecían normales, pero que desde el punto de vista étnico empecé a entender que ésas eran comidas de indios, comidas de huilliches que consumíamos a diario. Entonces, como te digo, despertar a todo eso fue fundamental. Ese fue el primer alimento de mi escritura. Y por eso hoy día asumo que mi compromiso es más ético y estético, que político.
El sur comienza en una nube y termina en un árbol. Los límites territoriales en mi trabajo literario están básicamente asentados en diversos sectores de la provincia de Osorno. Tiene que ver con el mundo mapuche-huilliche de San Juan de la Costa, de San Pablo, de Quilacahuín, de la misma ciudad de Osorno. Estos espacios son parte estructurante de mi libro Ceremonias. En él también aparece una lógica vinculación con la Araucanía, pues viví allí algunos años, pero se trata un espacio que no he explorado en términos poéticos de un modo intensivo, precisamente porque no nací allí. La comprensión de un territorio determinado implica una experiencia larga en el tiempo. Aunque viví 12 años en La Araucanía, no llegué a conocerla completamente. Pienso que la poesía se construye con una experiencia válida de conocimientos y la asunción de cierto lenguaje característico, pero también con cierta luz, con ciertas historias propias de ese territorio. Ahora, yo creo que el poeta cuando se instala en un espacio determinado no necesariamente está refiriéndose a él, sino que está construyendo una versión de ese territorio, una indagación, una exploración, lo que finalmente se convierte en una ficción poética. Entonces, en ese sentido, mi trabajo, situado en un territorio específico, intenta trascenderlo por medio del lenguaje poético e instalarlo como un territorio más dentro de los espacios de la poesía;
Globalización, memoria e identidad. Son ejes conceptuales que obviamente han incidido en la conformación de las ciudades en esta parte del país, las cuales -desde una dimensión de aldea o pueblo peregrino- se convirtieron gradualmente en entidades productivas, vinculadas a la economía nacional y transnacional. La globalización ha llegado al sur de Chile a través de la economía y de manera más tenue a través de la cultura. Pero me parece que la modernidad sureña es una modernidad a medias. Todavía se observan rasgos medievales en las relaciones humanas, culturales, económicas, políticas. Por lo tanto esta “modernidad” -nacional o capitalina- no se encuentra plenamente instalada en el sur. Ciudades como Osorno, Valdivia o Puerto Montt parecen más bien factorías, espacios de instalación de un producto determinado. Desde el ámbito de la literatura se ha intentado de alguna manera visibilizar esos espacios e instalarlos no como producto turístico o exótico, sino como indagación poética, con su problemática histórico-social. La globalización ayuda con elementos tecnológicos que favorecen la comunicación masiva, lo que permite tener una visibilidad más o menos universal en algún sentido, pero creo que en el caso específico de los pueblos originarios como la sociedad mapuche-huilliche, se mira a este conglomerado humano como un reducto enrarecido por el exotismo, por el retraso económico-cultural, y estancado en una memoria que no es viable económicamente;
Lo crudo y lo cocido de la globalización. Pienso que la globalización tiene aspectos mejores y peores. Por una parte hay elementos positivos que permiten instalar estos territorios en diversos niveles: comunicacional, económico, cultural, político, a través de los recursos mediáticos. Permite la visibilidad de este conjunto de sociedades friccionadas. Por otra parte, la globalización apuesta a ocultar aún más ciertas realidades, porque solamente se visibiliza aquello que pudiera tener algún interés desde el punto de vista de la economía neoliberal. Es así como en el plano del turismo hay mucha oferta; o en el plano de la explotación económica de los mares o de los bosques; o en el intento de preservar masas de agua pura que el día de mañana van a ser el gran negocio. Entonces, creo que hay una visibilidad que permite la globalización en ese ámbito, pero que oculta las problemáticas, las fricciones, la dolorida memoria de la gente que habita ancestralmente esos territorios. Oculta el historial político del sur;
El lenguaje de la poesía del sur. Creo que, en términos generales, la poesía del sur de Chile que se escribe entre Temuco y Chiloé presenta gran diversidad de enfoques, tonalidades, posturas, posiciones, que la enriquecen como conjunto, sin perjuicio de elementos que son comunes. Uno de ellos es el lirismo, como rasgo principalísimo. Otro elemento, que parece ser contradictorio con el anterior pero convive con él, es la narratividad. La poesía sureña es narrativa como se observa en varios de los poetas más visibles. Siempre se cuenta una historia, hay un relato. No son imágenes desatadas al estilo surrealista, donde vas instalando fragmentos de sueños o absurdos lingüísticos. Se trata de un lirismo que tiene una lógica y también hay una lógica de la narrativa pulsando este lenguaje poético del sur. Observo aún un tercer elemento, que tiene que ver con la vinculación estrecha de esta poesía con un espacio territorial determinado. Siempre hay indicios de dónde está escribiendo el poeta o dónde está instalando su canto o su narración poética. Los poetas sureños hablan desde un territorio determinado, trascendiéndolo. En términos de lenguaje, el poeta del sur persiste en hacer de su poesía una construcción comunitaria, no se encierra en una teoría literaria, que es lo que yo advierto en la poesía de los últimos 15 años escrita en Santiago, donde persiste la tendencia a desarrollar teorías, experimentalismo formal, una obsesión por el rupturismo, lo que no logra instalarla en los espacios comunitarios. La poesía del sur tiene todavía la vocación de dirigirse a una tribu. Ser “la voz de mil almas”, como escribió Nietzche, aunque se publican quinientos ejemplares por edición. Yo creo que el poeta sureño intenta todavía instalar una voz y una construcción que le compete a toda la sociedad. El poeta se hace cargo de problemáticas no solamente individuales, sino comunitarias, sociales.
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Entrevista a Jaime Luis Huenún realizada por Claudia Arellano Hermosilla el 7 de agosto de 2008, en Santiago de Chile;
Texto parcial editado por Clemente Riedemann y Claudia Arellano;
Proyecto de investigación Antropología Poética del Sur de Chile, Fondart Regional 2008;
© SURALIDAD EDICIONES, 2008;
suralidad@gmail.com