jueves, noviembre 26, 2009

El temor a los símbolos

Fotografía del álbum "Pongo en tus manos abiertas", de Victor Jara.
Clemente Riedemann
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El proceso para esclarecer las circunstancias en que Victor Jara fue asesinado semeja una historia escrita por Homero o a la de un delirante escritor surrealista, un Raymod Quenau, por ejemplo. La descripción técnica de las pericias legales a las que se sometieron los restos del querido cantautor superan la fantasía. Lo cierto es que al final Victor Jara hubo de demostrar él mismo, con sus huesos, que no se suicidó, ni murió en un accidente de tránsito.
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El informe final del Servicio Médico Legal que confirma que “el cantautor Víctor Jara murió debido a múltiples impactos de proyectiles en el cráneo, tórax, abdomen y extremidades” también logró establecer que “sufrió torturas y golpes, que le produjeron lesiones, especialmente en el rostro y en el tronco”. Esta descripción, fría y técnica, aplicada al crimen de una persona dedicada al arte obliga a reflexionar no sólo sobre la imbecilidad del ser humano, sino también sobre el miedo que los imbéciles le tienen a los símbolos.
Existen muchas formas de clasificar a los símbolos; pueden ser simples o complicados, obvios u oscuros, eficaces o inútiles. Su valor se puede determinar según hasta donde penetran la mente pública en términos de reconocimiento y memoria. Esta última es una de las razones que permite concebir como explicación, el horrible crimen de Jara: no le mataron a él, lo que quisieron fue eliminar un símbolo.
¿Y a qué le temían sus asesinos? A versos como éstos: “Levántate y mírate las manos/ para crecer estréchala a tu hermano / juntos iremos unidos en la sangre /hoy es el tiempo que puede ser mañana” o a éstos “En tus telares, Angelita, hay tiempo, lágrima y sudor/ están las manos ignoradas/ de este mi pueblo creador” o éstos “Ahí donde llega todo /y donde todo comienza / canto que ha sido valiente / siempre será canción nueva.”
La noticia señala: “En junio pasado, a casi 36 años de su muerte, el cuerpo de Jara fue exhumado desde el Cementerio General por instrucción del ministro Juan Fuentes, con el fin de aclarar las circunstancias del crimen. En esa oportunidad, los restos del cantautor fueron llevados hasta el SML, donde los especialistas realizaron las pericias solicitadas por el magistrado, orientadas en determinar la causa y data de muerte y una eventual intervención de terceros.”
¡Cuánta cuesta aclarar un crimen en Chile! ¡36 años! Casi la misma cantidad de años que Victor Jara estuvo en este mundo, dirigiendo obras de teatro referidas al sentimiento de chilenidad y creando canciones de entre las más bellas que jamás podremos cantar, como “El cigarrito” , “La Plegaria de un labrador”, “Manifiesto”, “Cuando voy al trabajo” o “Te recuerdo Amanda” (escrita como tributo a sus padres).
Ojalá exterminaran de ese modo a los que trafican con nuestras conciencias, nuestra salud o nuestros bolsillos. Pero ellos no son símbolos de nada, son la realidad ordinaria. Son los que trabajan para que el mundo siga a merced del interés bursátil, la discriminación y la inequidad.
Las pericias técnicas ordenadas por la autoridad judicial incluyeron el envío de muestras óseas del cantautor al laboratorio de Innsbruck, en Austria, para su proceso de identificación. Tras el procesamiento, se señaló como autor material del homicidio al ex conscripto José Paredes, quien luego obtuvo la libertad bajo fianza. ¡Un súper exterminator! El, solito, disparó “múltiples proyectiles en el cráneo, tórax, abdomen y extremidades” de Victor Jara. Además, antes tuvo tiempo de aplicarle “torturas y golpes, que le produjeron lesiones, especialmente en el rostro y en el tronco”.
Imaginamos ahora los huesos de Victor Jara saliendo de su sepulcro. Los vemos sobre una mesa en el SML. También vemos como los envuelven y los envían a Europa para su análisis…¡Innsbruck! De tan lejos que tenga que venir la verdad..¡Qué pobre somos! ¡No nos merecemos ni una sola canción de las que Victor inventó para nosotros! El mismo, con sus propios restos, hubo de luchar para encontrar justicia, mientras el país decide si apuesta por los negociados o por la fomedad.
Así es también Chile. Clasificamos al Mundial, pero tenemos una historia negra de la que no sabemos hacernos cargo. Porque si por inventar unas cuantas canciones hermosas merecemos la muerte y por asesinar a quien las inventa merecemos la libertad bajo fianza, significa que somos una comunidad que nunca estaremos en el mundial de la racionalidad, ni siquiera en el mundial del sentido común. Y mucho menos en el de la justicia, sea de la religión que sea.
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(c) Clemente Riedemann
(c) SURALIDAD, 2009