viernes, octubre 17, 2008
Marlene Bohle: "Me gusta saber que soy mestiza"
Fotografía de Marlene Bohle, Arcoiris (2008)
Entrevista de Claudia Arellano.
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Marlene Bohle es una de las autoras más laboriosas del Llanquihue interior, donde el mar es un rumor que campea sobre los ñadis cercanos a Monteverde. La creadora de Raigambre percibe allí la respiración de los antepasados, moradores habituales de su poesía.
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La herencia campesina.
Mi abuela siempre decía que si uno no sabía quién era, no podría saber para donde iba, porque desde esa certeza tú te construyes hacia delante. Si no tienes esa certeza no tienes piso donde asentarte. Y eso me quedó muy claro cuando yo era una niña de 12 años y empecé mi investigación para saber de dónde diablos venía, qué significaban mis apellidos, qué significaba el Bohle, el Maldonado, por qué yo sentía este traspaso de situaciones.
Me sé campesina, me gusta ser de la tierra. Sigo sembrando menta en mi jardín, junto con las margaritas. Tengo todos mis espacios llenos de flores; soy una persona de costumbres sencillas, trato de conservar conmigo esas cosas que vinieron desde antiguo y que tienen que ver con los rasgos identificatorios de mi realidad anterior. Me refiero a mis abuelos, a mis bisabuelos, a mis tatarabuelos, a mis chonos.
En el verano, cuando estuve muy enferma, mi padre me llevó a conocer la casa de mi bisabuelo en el sector de Las Lomas. Ahí estaban esas maderas, esas construcciones antiguas, esas mesas donde se reunían como cuarenta personas. Allí estaban los nuestros retratados de pies a cabeza. La única herencia que yo tuve fueron los aprendizajes que logré con mi abuela. Ella llegó a los ocho años desde Holanda, tenía toda una cosmovisión europea y gracias a ella yo discerní muy temprano muchas cosas. Mi formación intelectual se la debo en gran parte a la abuela.
Las voces de la ruralidad.
En todas las formas posibles, mi apuesta es por el lenguaje sencillo y por el rescate de las voces locales y eso está presente en mi poética. He estado muy pendiente de atender las voces de las gentes emparentadas con la ruralidad y - muchas veces – tomo “prestadas” oraciones completas y las incorporo al texto. Para ser verdadera, no puedo obviarlas, pues las voces están y son más allá de ellas mismas.
Acribillados por mil “balines culturales”
Somos la suma de tantas cosas, acribillados por mil “balines culturales”; todos los cuales dejan su “seña” en nuestra piel, en nuestro nombre, en nuestras apuestas vitales, en nuestra manera de atender y entender la realidad; en fin, es bueno saberse traspasado por estos balines, pues se bebe de tantas aguas y de cada una se recibe en herencia peculiaridades que tienen que ver con nuestra identidad y con el sentido de pertenencia. Al poeta le corresponde plasmar el acontecer y sus vicisitudes en el poema: dejar constancia, denunciar, anunciar, registrar, etc. Por lo mismo, nada de cuanto acontezca le puede ser extraño al poeta, ni la política, ni los cambios o rebeliones sociales, ni las diferentes maneras de enfrentar la realidad… Como cualquier ser humano, nos vemos traspasados por los elementos culturales foráneos y por lo hechos de la naturaleza que vienen a modificar lo que somos. Un ejemplo claro es el terremoto de 1960 en las gentes que habitamos el sur de Chile; este es un verdadero hito que dividió nuestra historia en un antes y un después.
Me gusta saber que soy mestiza.
Me gusta saber que soy mestiza, constatar que en mí habitan pequeños hálitos de tantas otras mujeres que me legaron algo más que su sangre, el color de la piel, los ojos o el cabello. Cuando se sabe una, mestiza, tiene una apertura emocional mayor, tiene un ojo más largo y un oído más ancho; tiene un compromiso con su historia y con la de quienes constituyen su raigambre… En fin, no me habría gustado ser de otra manera; me gusta lo plural, lo diverso. Yo me sé y me siento traspasada por múltiples hebras étnicas y culturales: me sé mestiza y ello me hace sentir más plena y más completa como persona humana. Provengo de bisabuela rusa, de bisabuelos españoles y alemanes; recibí la maravillosa influencia que sembró en mi carácter mi abuela holandesa. Con tamaña trama no podría dejar de reconocer nuestra fundamental característica; la de ser mestizos de leches, como buenamente lo apunta Delia Domínguez.
La permanente búsqueda del pasado.
Creo que a lo que más nos acercamos es a la poesía del hogar, en el sentido más amplio y verdadero. La casa, entendida como el espacio geográfico con todas sus implicancias; de alguna o muchas formas siempre se está tornando de regreso a la vieja casa de los padres o los abuelos, se añora el aroma de las frutas, de los árboles, de los bosques que ya no existen, de los desayunos de antaño. Es una permanente búsqueda de lo que ya dejó de ser, porque otras costumbres se han venido a imponer…a veces desde muy lejos. Hay en nuestra poesía una suerte de exilio vital, teñido de esa nostalgia por lo que hemos ido perdiendo. En algunas, visualizo también una constatación de la muerte, más allá de la no existencia física; la muerte como un destino, como la culminación arbitraria de un tiempo que de alguna manera creíamos nuestro…
Dejar de mirarse el ombligo.
Para el área metropolitana, nosotros no existimos. No sé si por miopía intelectual, por esa soberbia natural del que se sabe en el centro de las cosas; pero lo cierto es que el problema es de ellos. Son ellos los que se pierden la posibilidad de beber de nuestras voces y nuestra realidad. Nuestras voces son disímiles: ellos escriben desde una jaula de cemento y nosotros – los de más al sur – estamos en descampado, tenemos más espacio físico, más aire, no estamos tan contaminados… No digo que seamos mejores – poéticamente hablando –, pero ellos podrían dejar de mirarse el ombligo y entender que Santiago no es Chile.
La memoria de las cosas.
Se me ocurre que la poesía escrita en el sur deja constancia de una “irrupción enajenada” proveniente de los centros modernistas, sea ésta del propio país o foránea. A esa irrupción se debe la transformación del paisaje cultural y humano. Han variado las formas de hacer las cosas, las formas de pensar y actuar, la manera de vivir y de relacionarse con los demás. En fin, creo que estamos escribiendo desde la memoria de las cosas y son los espacios y las gentes que habitan o habitaron estos espacios, los sujetos de lo escrito.
La poética de la religiosidad.
Los conceptos utilizados en la poesía del sur son el dolor y la muerte. En el ámbito del dolor no hablamos sólo del dolor físico o espiritual por una pérdida, una renuncia, el socavón del desamor, el exilio o el destronque desde el faldón de la familia. Se cita al dolor de estar vivo, a la certeza del dolor como crecimiento humano. En lo referido a la temática de la muerte, ésta se traduce también en el dolor de saber que nacemos para morir y que nuestro único destino es la muerte. Como respuesta a esta verdad, se escribe desde lo religioso; se rescatan los íconos del cristianismo como soporte de fuerza, fe y esperanza. La metafísica – como parte de la filosofía, está presente de cuerpo entero en esa especie de búsqueda permanente de la razón de la naturaleza humana y material. Y los mil avatares que implica esta búsqueda de sentido y de razón, es un tema recurrente de la poética en general. Se la aborda desde los más diversos elementos, desde las más diversas situaciones y visiones; desde lo interno y lo externo, desde la risa o el dolor, desde la rabia, la tristeza y varios etcéteras. Uno de los vínculos recurrentes de la poética sureña en relación con la tradición literaria universal es esta religiosidad, presente en la poesía de mujeres como Delia Domínguez, Sonia Caicheo, Rosabetty Muñoz y Antonieta Rodríguez. En los escritos de estas poetas está la constancia de la Virgen, los rezos y cánticos que ha difundido el catolicismo. Ahí podemos generar una vinculación con los poetas religiosos españoles y mexicanos, por ejemplo.
El espinazo de la poesía.
Yo diría que nuestra poesía es más lírica, con muchas imágenes reales y que los textos, los escritos de la gente del sur, tienen algo que es importantísimo en el ámbito de la comunicación lingüística y es que el poema -estamos hablando de lo lírico- tenga un sentido, un espinazo (como les digo yo a mis chicos en literatura), una columna vertebral. Porque yo veo, por ejemplo en la poética joven de la gente de Santiago, un tirar imágenes sueltas y me parece que no tiene por qué ser así la poesía, sin hilación, sin un desarrollo. La gente cree que porque tiene cincuenta poemas puede hacer un libro, el libro tiene que tener esa columna, si no… ¡de qué estamos hablando!
La posibilidad de denunciar.
La poesía tiene una connotación que me parece fundamental: el hecho de que a través de ella tú puedes dejar constancia, hacer historia, volver a contarla de una sola mirada. Es una proeza increíble, hay muchas formas de mirar las cosas, dejar constancia de las cosas que han pasado en el tiempo que tú viviste, cómo nos trataron a nosotras las mujeres, por ejemplo, como fue esta situación, como fue la otra. Cuando menos en lo que a ti te concierne, no podemos abarcarlo todo, ni nos corresponde. Y también la poesía tiene la posibilidad de denunciar. La poesía de alguna forma ha venido a reivindicar la existencia de los pueblos originarios, ha venido a colocarlos a ellos también donde les corresponde estar, aunque lamentablemente se volvió una moda; y una moda que hoy está demasiado manoseada. Muchas personas se aprovechan de ello para presentarse frente a un supuesto universo literario y lograr algunos aplausos, nombradía, becas para salir afuera.
La validación del llanto.
Yo tengo un compromiso básicamente con mi ruralidad; y después tengo un compromiso con mi género, como mujer; y nadie podrá decir las cosas como yo las digo, porque soy hembra. Los hombres son distintos y… ¡que bueno que sea así!, para que podamos complementarnos y que haya riqueza en la relación.
Yo he pasado años de mi vida pensando en qué tienen que decir las mujeres en la poesía. Por qué, por ejemplo, las mujeres actuamos o nos mostramos en el mundo de una forma distinta a los varones. Por qué no validar esa forma entonces, por qué no validar el llanto. El llanto es una emoción tan natural como la risa. Y si a ti te permiten reírte a carcajada limpia, incluso en un espacio cerrado, ¿por qué no te permiten llorar también?. Validemos el llanto, validemos las lágrimas, que de alguna manera también sirven de bálsamo al alma. Los hombres de ahora también lloran…Un hombre que lloraba cincuenta años atrás poco menos que había que excomulgarlo… ¡Eso no lo podían hacer los hombres!. ¿Te acuerdas que le decían a los niños que los hombrecitos no lloran? Y el niño tenía que reventar de dolor, pero no podía gemir.
Sentir que cumplo con los míos.
Nosotros somos energía. Y la energía no se pierde. Pienso que nos transformamos y que luego tornamos a la vida en otros ser y que de nuevo volvemos con los ojos limpios a mirar la vida y que tenemos otra oportunidad más de andar, sin saber que antes ya estuvimos. En esta certeza me quedo yo. Y no es que quiera volver, pero yo sé que alguien tomará esta energía que hay en mí ahora y algún día comprenderá esos procesos que yo no alcancé a entender. O habrá otra que siembre por mí, lo que yo no pude o no supe.
Cuando estaba con mi enfermedad hasta el tope, una de mis grandes amarguras era el no haber tenido la valentía de haber botado cosas que parecían importantes y haberme dedicado más a lo que yo quería realmente hacer con mi vida personal.
Sentía angustias por la certeza de que había dejado todo a medio camino y ahora, claro, entiendo que si me estoy mejorando es porque me están dando una nueva oportunidad. Y quiero aferrarme a esa idea. De alguna manera quiero dejar algo, porque ¿qué sentido tiene pasar como un soplo por la vida…?. Dejar algo… para que no me olviden, para sentir que cumplí con los míos.
Colores e imágenes del la suralidad.
Verde, verde, verde/azul, seguramente por el mar, no tanto por el cielo. El cielo está más cargado de nubes, es más gris. Los árboles; las frutas; las costumbres de la gente campesina. La lumbre, las conservas, los pájaros que anidan en los aleros, el borracho en la cantina. Las micros que llevan pasajeros hasta en la parrilla, la misa de domingo, las carreras de caballos, los birloches en mitad del barro, los muertos enterrados en el patio, los pozos, los cercos de madera, las tejas de alerce. La presencia y constancia de un mestizaje que se deja sentir en lo cotidiano.
La lluvia.
El azul, la lluvia… Agua, agua, agua… Pero un agua que no daña, un agua que limpia. Es una extraña agua ésta, que no hace pedazos las cosas, sino que ayuda a construirlas. Esta lluvia constante, penitente, en el fondo es una gran aliada de la creación. Yo creo que si en esta zona se da tanto la poesía, es justamente porque nosotros tenemos esta gran colega nuestra, que es la lluvia. Ella hace que tú tiendas más a la casa, al hogar, no solo a volver a la casa, sino que a revisar los elementos que conforman tu universo, que puede ser incluso imaginario, pero está teñido de todos estos elementos, esa nostalgia por la vieja casa de madera, esa nostalgia por las costumbres antiguas de la lumbre encendida y encima chisporroteando una tetera, con el mate presto, que tiene que ver con el influjo chilote, del que estamos muy traspasados. Y todo tiende a unificarse, porque entre el kuchen, el chucrut y el milcao, yo no sé cuál de todos tiene más peso. Y las más de las veces tú los ves hermanados en la mesa. Esos son los cruces que te digo, esas tramas que se van construyendo desde lo que somos, porque eso somos: una mezcla.
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Entrevista realizada el 13 de agosto de 2008 por la antropóloga Claudia Arellano, en Puerto Montt.
Edición de Clemente Riedemann.
Etiquetas:
identidad cultural,
Marlene Bohle,
Poesía chilena,
Suralidad
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