viernes, octubre 03, 2008

Graffitis y tags: la cultura de los bordes

Fotografía de Fabiola Barrientos
Artículo de Claudia Arellano Hermosilla
________________________________________
“Una escritura itinerante del spray en mano, que marca su recorrido con la flechada gótica de los trazos. La gramática prófuga del graffiti que ejercita su letra porra rayando los muros de la ciudad feliz, la cara neoliberal del continente, manchada por el rouge negro que derraman los chicos de la calle.” (Pedro Lemebel)
___________________________________________ En el encuentro de entender la ciudad y apropiarse de ella, surgen conflictos. Por un lado, están quienes intentan crear espacios urbanos asentados físicamente en el territorio y apoderarse materialmente de ellos; y por otro, aquellos que quieren crear nuevos significados y apoderarse simbólicamente de los mismos. La necesidad de tener un lugar en el mundo, un territorio donde sea posible ejercer poder sobre él, es uno de los temas de conflicto en ciudades tan ordenadas y pulcras como Puerto Varas, donde los espacios públicos se han estrechado y el sentimiento de pertenencia como construcción del sujeto urbano que habita esta ciudad se comprime. La figura de los grafiteros ejemplifica uno de aquellos actores que habitan la ciudad, pero que carecen de un territorio. Adhieren a la no pertenencia de un espacio al no poder permanecer, al no poder ser. Luchando contra esto, los grafiteros construyen un lugar en el mundo a través de sus rayados y se adueñan de un espacio territorial, por derecho propio, por el simple hecho de habitarlo, de ocuparlo, de significarlo, de comprenderlo. El graffiti, según Armando Silva[1] (1989) “busca impactar racional o afectivamente, para generar dudas y sospechas respecto a lo establecido dentro de un territorio”. Una cultura que transita por las ciudades dejando a su paso inscripciones con sus distintivos identificatorios, sean estos tags (firmas), flops (letras grandes con dos o más colores) o graffiti. Estos distintivos llevan implícita la trasgresión, que se instala como un espacio de resistencia frente a la dinámica de la ciudad. El ordenamiento y segmentación espacial que se ha forjado en Puerto Varas agudiza las diferenciaciones identitarias. El centro de la ciudad actúa como un referente espacial socioeconómico de alto poder adquisitivo, sumándose a esto el dictamen de políticas locales marcadas por discursos ideológicos que buscan imponer una imagen de ciudad cimentada desde un imaginario germánico -europeo, aséptico y homogéneo- negando y excluyendo todo indicio de relatos e imágenes polifónicas.[2] El graffiti irrumpe desde la periferia, del borde, para transgredir este orden profiláctico y aséptico del centro de la urbe. Los grafiteros se reapropian de la ciudad a través de aquellos espacios públicos negados por el orden establecido, dotándola de nuevos símbolos y significados como estrategia de pertenencia y aporte desde la diferencia, desde los bordes. La institucionalidad tiende a arrastrar a estos grupos a la periferia -considerados parte de la cultura popular- reapareciendo con más fuerza en aquellas zonas públicas (la plaza, o el centro) para resistir a esta negación. La ciudad, además de ser un escenario donde desenvolverse, es a la vez un lugar que nos dice cosas sobre nosotros y, por cierto, también sobre los jóvenes que la habitan, sus molestias, sus cuestionamientos, sus intereses e identificaciones, sus estéticas del descontento, al inscribir “yo estoy aquí”. La pregunta queda planteada: ¿Cómo engendrar una ciudad cuyas configuraciones sociales y culturales reflejen la búsqueda de quienes residen en ella, entendiéndola como un “espacio de encuentro” inclusivo y no excluyente? Desde esta perspectiva, hacemos referencia a Richard Sennet[3] (2002), cuando nos propone abrirnos a una mirada nueva de la ciudad, ya no como un lugar de coherencia y orden restrictivo, sino como un lugar de la diferencia y del respeto al otro. _______________ [1] Silva, Armando. (2000) Imaginarios Urbanos. Bogotá. Tercer Mundo Editores. [2] El componente indígena Huilliche, por ejemplo, siendo relevante en la zona, no está presente en el imaginario de la ciudad y su emergencia se reduce a nombres de puntos de venta de artesanía o en la señalética vial en áreas rurales. Se desecha, pues, la potencia de lo diverso como aporte al imaginario de identidad. [3] Sennet, Richard. (2002). Vida Urbana e identidad personal. Barcelona. Ediciones Península.
Fuente: Revista SurOpaco Nº2 Abril 2008. Puerto Montt/Puerto Varas. Pags.6-9

No hay comentarios: